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Ignacio Caparrós

Traducciones

Traducciones

En este apartado haré referencia a las traducciones que he hecho del francés al español. Empezaré por Las flores del mal de Charles Baudelaire. Comencé a traducir esta magna obra de la literatura contempóránea en 1981 y mi versión analógica fue publicada en 2001 por la Editorial Alhulia, Colección "Crisálida", nº 20. Salobreña, Granada, 2001, en edición bilingüe y con un excelente prólogo de Pedro José Vizoso. Se tiraron 1000 ejemplares, de los que aún hay disponibles casi la mitad. Insatisfecho con todas las traducciones que de esta obra se habían hecho, quise ofrecer la mía al público, trabajo en el que emplée 20 años, en diversas etapas de elaboración, pues mi intención consistía en respetar el metro y la disposición de las rimas originales, empeño que, como es lógico imaginar, no resultó en absoluto fácil. Una vez publicada mi versión análogica, la crítica la recibió muy elogiosamente y ello me estimuló a seguir trabajando en el complejo y difícil mundo de la traducción. De mi traducción de Las flores del mal hay algunos ejemplos en un portal de poesía que se llama amediavoz.com. Aquí dejaré referencia de sólo tres poemas, animando a los visitantes de esta página a que, si en verdad quieren acercarse a la poesía de Baudelaire y no saben suficiente francés para leerlo en su lengua original, que lean mi traducción, pues considero que es la más cercana y respetuosa con el texto original.

 

                    EL ALBATROS

Por divertirse, a veces, suelen los marineros

Cazar a los albatros, aves de envergadura,

Que siguen, en su rumbo indolentes viajeros,

Al barco que se mece sobre la amarga hondura.


Apenas son echados en la cubierta ardiente,

Esos reyes del cielo, torpes y avergonzados,

Sus grandes alas blancas abaten tristemente

Como remos que arrastran a sus cuerpos pegados.


¡Este viajero alado, oh qué inseguro y chico!

¡Hace poco tan bello, qué débil y grotesco!

¡Uno con una pipa le ha chamuscado el pico,

Imita otro su vuelo con renqueo burlesco!


El Poeta es semejante al príncipe del cielo

Que puede huir las flechas y el rayo frecuentar;

Entre mofas y risas exiliado en el suelo,

Sus alas de gigante le impiden caminar.

                           ***

        REMORDIMIENTO PÓSTUMO

Cuando en el fondo duermas, mi bella tenebrosa,

De una tumba de mármol denegrido construida,

Y ya tan sólo tengas por alcoba o guarida

Una cueva lluviosa y una profunda fosa;


Cuando oprima la losa tu carne temblorosa

Y tus flacos doblados con encanto tendida,

Y el latir y el querer a tu pecho le impida,

Y a tus pies el correr su carrera azarosa,


La tumba, confidente de mi sueño infinito,

(Porque la tumba siempre comprenderá al poeta),

En esas largas noches en que el sueño es poscrito,


Te dirá: "¿De qué os sirve, cortesana indiscreta,

Lo que los muertos lloran no haber conocimiento?"

-Y te roerá el gusano como un remordimiento.

 

                               ***

 

                          SPLEEN

 

Yo soy como ese rey de aquel país lluvioso,

Rico, pero impotente, joven, aunque achacoso,

Que, despreciando halagos de sus cien concejales,

Con sus perror se aburre y demás animales.

Nada puede alegrarle, ni cazar, ni su halcón,

Ni su pueblo muriéndose enfrente del balcón.

La grotesca balada del bufón favorito

No distrae la frente de este enfermo maldito;

En cripta se convierte su lecho blasonado,

Y las damas, que a cada príncipe hallan de agrado,

No saben ya encontrar qué vestido indisacreto

Logrará una sonrisa del joven esqueleto.

El sabio que le acuña el oro no ha podido

Extirpar de su ser el humor corrompido,

Y en los baños de sangre que hacían los Romanos,

Que a menudo recuerdan los viejos soberanos,

Reavivar tal cadáver él tampoco ha sabido

Pues tiene en vez de sangre verde agua del Olvido.

 

                                     ***

 

Animado, como decía, por la excelente acogida que mi traducción de Las flores del mal obtuvo entre el público y la crítica especializada, comencé en 2004 a traducir El cementerio marino de Paul Valéry, una vez más por no haber hallado ninguna versión, de entre las 44 traducciones que existen de tan celebrada obra poética, que realmente me convenciera. En 2005 se iba a cumplir el 60º aniversario de la muerte de Valéry, motivo que me estimuló aún más para dedicarme de pleno a la compleja traducción a la que había decidido enfrentarme. Y, en efecto, al final del verano de ese año ya la tenía suficiente perfilada como para ofrecérsela a alguna editorial, a la vez que la presentaba, una vez adquirido el compromiso de edición, al Premio "Andalucía" de Traducción, que, obviamente, no gané, por aquello de que determinados galardones están, en cierto modo, pactados o hechos para concedérselos a alguien en concreto. Un año después, esto es, a mediados del verano del 2006, el libro fue editado, en edición bilingüe, por la Editorial Alhulia, Colección "Palabras Mayores", nº 20, Salobreña, Granada, 2006, con una tirada de 1000 ejemplares, publicación que será presentada en otoño de este mismo año desde el que escribo estas líneas (2006) y presentada otra vez al premio arriba referido. Mi intención fue, nuevamente, respetar el metro y las rimas originales, a la vez que ceñirme lo más posible al sentido del texto original, premisas que ni la versión de Jorge Guillén, por no traducir con rimas, ni la de Gerardo Diego, por su excesiva libertad de interpretación del texto valeriniano, cumplían en absoluto, por sólo citar las dos traducciones más famosas y celebradas de esta obra cumbre de la poesía pura. Dejo aquí referencia de las tres estrofas de El cementerio marino más célebres y, una vez más, animo a los visitantes de esta página mía a que lean mi traducción, si es que no pueden gozar de tan excelente obra poética en su lengua original.

 

 

                        I

¡Calmo techo, que surcan las columbas,

Entre pinos palpita, y entre tumbas;

El Mediodía allí recrea en fuegos

El mar, la mar sin fin recomenzada!

¡Tras pensar recompensa es la mirada

Que advierte los olímpicos sosiegos!


                        XXI

¡Zenón! ¡Oh cruel Zenón! ¡Zenón de Elea!

¡Tu flecha alada siempre me asaetea

Voladora y vibrante, sin volar!

¡Me crea el son y el dardo me subyuga!

¡Oh sol! El sol... ¡Qué sombra de tortuga

Al alma, Aquiles quieto al caminar!



                          XXIV

¡Se alza el viento!... ¡Hay que procurar vivir!

¡Mi libro el aire cierra y vuelve a abrir,

La ola en polvo osa remontar los roques!

¡Volad, páginas todas deslumbradas!

¡Romped, olas, con aguas exaltadas

Ese techo picado por los foques!

 

 

En el verano de 2006, Chus Visor me sorprendió llamándome para ofrecerme la traducción de unos textos eróticos, correspondientes a Clovis Hughes y Alexis Pirron, junto con otro de autor anónimo, que en cuanto leí y tenía a medio traducir yo consideré más pornográficos que eróticos. La dificultad de dichos textos estribaba en adaptar al español unos poemas escritos con un lenguaje barriobajero y argot, muchos de cuyos vocablos eran inencontrables en los más especializados diccionarios. Aun así, al final de ese verano de 2006 tenía la traducción concluida, que fue publicada como número 1 de la Colección "Amaranta", con la que la Editorial Visor inauguraba una nueva línea editorial. Transcribo aquí Las siete bienaventuranzas, precisamente el poema de autor anónimo, con el que el lector podrá hacerse una idea aproximada del contenido de La oda a la vagina, composición de Clovis Hughes, poeta del siglo XIX, y de La oda a Príapo de Alexis Pirron, poeta del siglo XVIII. El poema que voy a transcribir, bastante parecido a Oda a Príapo, reza del siguiente modo:

                                                                          Feliz aquél, que al fin sin ambición,

                                                                          a la sombra sentado de la flora,

                                                                          cautivo de una erótica pasión

                                                                          colma el coño voraz de su pastora.

 

                                                                          Feliz aquél que, a todo fin ajeno,

                                                                          preocupación ninguna lo perturba,

                                                                          y que consigue, en un sosiego pleno,

                                                                          bajo el sol empalmarse y se masturba.

 

                                                                         Feliz aquél que sólo se desvive

                                                                         por el pote y el vino cotidiano,

                                                                        y que puede, en el siglo en el que vive,

                                                                        follar la tierra toda por el ano.

 

                                                                        Feliz aquél que, no queriendo nada,

                                                                        en paz alcanza su último trimestre,

                                                                        y puede, a una joven bien plantada,

                                                                        darle el primer esperma de un maestre.

 

                                                                        Feliz aquél que, lejos del cortejo

                                                                        donde se halla en su centro el disgustado,

                                                                        todos los días, puede en su gracejo,

                                                                        el pene por el vientre haber sacado.

 

                                                                        Feliz aquél que en todos sus placeres

                                                                        siempre a sí se domina en todo exceso,

                                                                        y que, colmando todos sus quereres,

                                                                        sale de un coño con su pene tieso.

 

                                                                        Feliz quien se halla a gusto con su suerte

                                                                        y, satisfecho siempre en su cotarro,

                                                                        espera dulcemente ya a la muerte,

                                                                        cual hoyo bebe, y folla como un guarro.