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Ignacio Caparrós

Poesía 1998

La llama rota (1998-2001)

Este libro cierra la tetralogía a que hice mención en El cuerpo del delito. Escrito en 1998 y revisado en profundidad en 2001, obtuvo el Premio Internacional "Ciudad de Trujillo" en 2003. Fue publicado por el Ayuntamiento de Trujillo en 2003 y se editaron 1000 ejemplares, de los que yo tengo aproximadamente la mitad. Como no soy distribuidor, sólo se puede encontrar en la Librería Luces de Málaga. En esta obra rompo definitivamente con el turbulento mundo pasional de décadas anteriores y comienzo una etapa de introspección y reflexión ética, estética y existencial que presidirá y articulará muchas de mis obras posteriores. Aquí hay cuatro mujeres: la compañera de toda la vida (poemas I, V, IX, XIII, XVII, XXI, XXVI, XXX, XXXIV, XXXVIII, XLII, XLVI) la mujer ideal (seguir la serie desde el poema II), la mujer pasional (seguir la serie desde el poema III) y la propia poesía (cerrar la serie desde el poema IV), a las que, en ese orden y de forma continuada, les voy dedicando los distintos poemas del libro, que comienza con estos versos que le sirven de pórtico:

                                                    Sólo me busco a ti en sus labios,

                                                    en mi sed de vestigio por sus ojos.

                                                    Por eso en vuestras manos desfallecen

                                                    estas llamas de vidrio en que me rompo. 

 

                                                          ***

 

                               V

Que sean mis silencios la voz de tus anhelos,

la paz de tus caricias mis ausencias,

mi sombra desolada el sol del patio

donde crecen la yuca y el magnolio,

sin flor aún ni altura suficiente

para que junto a ti me quede, viendo

cómo el aire remansa sus urgencias

en el fugaz temblor de nuestras manos plácidas.

                                        *

Que sean tus carencias la voz de mis latidos,

la luz de mis denuedos tus rescoldos,

tu sombra esperanzada el sol de casa

donde ululan palomas y relojes,

sin alas todavía ni distancia

para que junto a mí te quedes, viendo

cómo levanta el vuelo la tormenta,

dejándonos en paz, para el eterno abrazo.

                                   ***

                                     XX

Te pareces al hambre, a la sed y al insomnio:

boca que anhela el pan y no mastica;

labio que ansía el agua y no succiona;

párpado que desea el sueño y tiembla.

Vocablo:son e imagen imposibles;

alimento que mata ante lo inane;

líquido sin esófago, desvelo

del alma que en su celda agita sus grilletes.

                              *

Te conozco detrás de mi propia anorexia:

ala que anhela el cielo y no se alza;

arpa sin cuerdas en la voz del aire;

brújula inquieta al sur de toda duda.

Llama rota, volcán sin lava, ardor,

aguas sin cauces, cirro, biombo al sueño

del yacer apacible, como un hombre.

Pero no, porque tú eres el pan de lo insaciable.

 

Máscaras del silencio (1996-1998)

Este libro, publicado por la Editorial Huerga y Fierro, Colección "Fenice", nº 51, Madrid, 1998, en edición de 1000 ejemplares, de los que supongo que habrá existencias,  quedó finalista del Premio Andalucía de la Crítica y del Premio Nacional de la Crítica en 1998. Se trata de la obra más demoledora, desconsolada y dura que yo haya escrito hasta el momento, en circunstancias de desazón existencial y profesional -yo entonces ejercía como Director del Centro "Generación del 27"- que me llevaron incluso a pensar en el suicidio. En su solapa aparecía este comentario: "Máscaras del silencio es el resultado escéptico de un profundo sondeo introspectivo que el poeta lleva a cabo sin concesiones, desvelando falsedades e impotencias que se esconden tras la apariencia amable de sentimientos como el amor o la amistad, a la vez que la descarnada aceptación de la soledad, de la esterilidad de la poesía como proceso de comunicación y de la muerte como único logro de nuestros nimios afanes. Con un lenguaje hermético que aporta la creación de nuevos vocablos y de inquietantes referencias simbólicas, Ignacio Caparrós llega a conclusiones demoledoras, en las que apenas cabe el aliento de la esperanza". Sólo añadiré una anécdota. Cuando en noviembre del '98 presenté este libro en el Ateneo de Madrid, Antonio Hernández, que hizo las veces de presentador, me preguntó: "¿Y después de haber escrito un libro como éste, qué más vas a escribir?" Mi respuesta fue el silencio.

 

Los colmillos del lobo corroboran

la incisiva amenaza de sus ojos.

Igual que los espejos, si nos miran,

mostrándonos las máscaras que somos,

la complicada urdimbre de falacias

con que hablamos el lenguaje del silencio

y esa luz en los iris, desvaída,

que lucen, apagada ya, los muertos.

 

                                ***

 

Una púa detrás de cada labio.

Una zarpa arañando la caricia.

Una piedra en la frente de la rosa.

Un gusano en la piel de los relojes.

                              *

¿Por qué entonces la soga, la mordaza,

el pavor de las máscaras sin ojos,

la torva desazón de los espejos

si sólo de silencios se iluminan?

                              *

Acaso la costumbre de los ríos

se cifre en su disfraz de mar en fuga

de sí mismos.

                          Acaso de la sangre

sólo quepa esperar la voz del desencanto.

 

                                 ***

 

Miradme. ¿Veis mi máscara de sombra,

la sombra de mi luz en mi silencio,

el silencio que os mira desde estos ojos tristes,

como espejos velados que reflejan olvidos?

                                     *

Miradme, contempladme al fondo.

En el pozo del tiempo ahogué mis palomas,

esas brisas ya libres de argumentos inútiles,

el fulgor de mis sueños sin anclajes ni miedos.

                                        *

Ahora, inevitablemente,

de los oscuro brotaron pensamientos y rosas.

Y aun cuando porto antifaces

-que os dan grima los desnudos-,

a nadie se le escapa que se me vuela el alma

                                        *

por los cristales rotos de mis pupilas.

Miradme. ¿No me veis?

Aquel niño que fui es hoy la brasa viva

de quien apuesta todo, para ganar perdiendo.

Encendida ceniza (1996-1998)

Este libro, publicado en 1998 en la Colección de Bolsillo, nº 37 de Cajasur, Córdoba, 1998, del que supongo que aún quedan en sus inaccseibles e innegociables almacenes muchos ejemplares de los 1000 que se tiraron, es consecuencia de un "autocastigo" que me impuse, por haber publicado en mi primer libro, Sombra de la sombra que soy, dos sonetos que estaban mal medidos, pese a haber aprobado con el numero 9 de España, entre más de seiscientos contrincantes, -eran muy otros tiempos- la oposición al cuerpo de Profesores de Secundaria -entonces F.P.- en el '81, defendiendo el tema de la Métrica Española -paradojas de la vida-. De aquel "autocastigo", surgieron éste y otro libro, Deseo de la luz, del que hablaré en otro artículo. Tras haber escrito más de 500 sonetos, acopié un material suficiente, parte del cual está recogido en esta obra. Se trata, pues, de un conjunto de 31 sonetos, en el que ahondo en sus muchas variedades métricas y de rima, y en el que, básicamente, afronto temas como el amor, la propia poesía, el paso del tiempo y la muerte, muy presente en estos poemas como consecuencia de la pérdida de mi padre y de un sobrino de cuatro años, ambos por distintas circunstancias, en el aciago 1993. A partir de entonces, comprendí qu eso de la rima y del verso medido y bien acentuado tenía mucho que ver, y que decir, en el proceso de la creación poética. Y aun cuando no usé, posteriormente, salvo en algunas ocasiones, esos artificios, ellos articularon muchas de mis obras posteriores y mi aún prematuramente descubierta pasión por la traducción analógica. De ello tuvo la agraciada culpa un ser particular y difícil, como lo son los genios, al que ya empecé a considerar como mi padre lírico y mi maestro, Antonio Romero Márquez, uno de los mejores poetas vivos, y de los más desconocidos, al que continúo venerando y admirando, y del que sigo aprendiendo pautas de vida y conocimiento, aunque, en ocasiones, que son muchas, discrepemos.

                             OCIO

Dejar que el tiempo pase sin premura,

mecerse en su vaivén sin exigencias

Sentarse a ver el cielo cómo apura

hasta el delirio sus incandescencias.

                              *

Vivir serenamente cada instante

como una eternidad perecedera.

Sentir el flujo vivo, palpitante,

en que escapa la dicha que se espera.

                                *

Fundirse con el todo y con la nada.

No pensar. No quejarse de la espina.

No desnudar el alma desahuciada.

                                 *

Ser la brisa que nadie recrimina

o ese temblor que rompe la alborada.

Y ser la luz que todo lo ilumina.

                             ***

                     ESPADA DE FUEGO

¡Te expulso del edén por ser tú mismo,

por querer elevarte hasta la cima!

La sombra que a la blanca luz se arrima

es Ícaro que cae hacia el abismo.

                              *

¡Te condeno a temblar en el seísmo

del corazón que en vano se lastima!

¡Te condeno a la voz que, muda, es sima,

su agónica locura, su exorcismo!

                              *

¡Sal de aquí, manco albatros del deseo!

¡En balde llorarás, oh triste Orfeo!

¡Errarás por la tierra, desterrado,

                              *

desolado y sin sol que te caliente!

¡Será tu gloria el verso que, mordiente,

congele el fuego con que te he expulsado!

                                  ***

                          ARTE POÉTICA

Teñir de sangre el pensamiento mudo.

Alzar en luz a la palabra oscura.

Nombrar silencios, como quien procura

liberar al ahogado por un nudo.

                             *

Enfrentarse a la vida, concienzudo,

como razón que apela a la locura

-divino rayo-, que es la luz que cura

a quien Jasón se sabe sin escudo.

                              *

Sentir que no hay palabra traicionera.

Saber que no es mentira lo que escribes.

Dejarse en cada verso el alma umbría.

                               *

Abrirse el corazón por vez primera,

náufrago de sus ciénagas y aljibes,

y entre sus algas ser LA POESÍA.

                            ***

                   ÚLTIMA VOLUNTAD

                                            A mi padre

Que no cubran de flores mi desnudez oscura

ni con lágrimas rieguen la sequedad desierta

de mi boca. Que nadie perturbe la hermosura

de haberme vuelto roca, negra cal, rosa muerta.

                                        *

Que no evoquen siquiera el son de mi palabra,

reconstruyan mi vida o mis sueños inventen.

¡Esa puerta, cerradla! ¡Que nunca nadie la abra,

que estoy durmiendo el sueño de los que ya no sienten!

                                           *

Dejad que en luz la noche me ciegue entre sus astros

y que en lugar de sangre me nutran anchos mares.

Dejadme en paz, que estoy buscándome en los rastros

de mi apagado sol, volviendo a mis pilares,

donde en ascuas me abraso de fríos alabastros

y en agua torno al agua de claros hontanares.