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Ignacio Caparrós

Máscaras del silencio (1996-1998)

Este libro, publicado por la Editorial Huerga y Fierro, Colección "Fenice", nº 51, Madrid, 1998, en edición de 1000 ejemplares, de los que supongo que habrá existencias,  quedó finalista del Premio Andalucía de la Crítica y del Premio Nacional de la Crítica en 1998. Se trata de la obra más demoledora, desconsolada y dura que yo haya escrito hasta el momento, en circunstancias de desazón existencial y profesional -yo entonces ejercía como Director del Centro "Generación del 27"- que me llevaron incluso a pensar en el suicidio. En su solapa aparecía este comentario: "Máscaras del silencio es el resultado escéptico de un profundo sondeo introspectivo que el poeta lleva a cabo sin concesiones, desvelando falsedades e impotencias que se esconden tras la apariencia amable de sentimientos como el amor o la amistad, a la vez que la descarnada aceptación de la soledad, de la esterilidad de la poesía como proceso de comunicación y de la muerte como único logro de nuestros nimios afanes. Con un lenguaje hermético que aporta la creación de nuevos vocablos y de inquietantes referencias simbólicas, Ignacio Caparrós llega a conclusiones demoledoras, en las que apenas cabe el aliento de la esperanza". Sólo añadiré una anécdota. Cuando en noviembre del '98 presenté este libro en el Ateneo de Madrid, Antonio Hernández, que hizo las veces de presentador, me preguntó: "¿Y después de haber escrito un libro como éste, qué más vas a escribir?" Mi respuesta fue el silencio.

 

Los colmillos del lobo corroboran

la incisiva amenaza de sus ojos.

Igual que los espejos, si nos miran,

mostrándonos las máscaras que somos,

la complicada urdimbre de falacias

con que hablamos el lenguaje del silencio

y esa luz en los iris, desvaída,

que lucen, apagada ya, los muertos.

 

                                ***

 

Una púa detrás de cada labio.

Una zarpa arañando la caricia.

Una piedra en la frente de la rosa.

Un gusano en la piel de los relojes.

                              *

¿Por qué entonces la soga, la mordaza,

el pavor de las máscaras sin ojos,

la torva desazón de los espejos

si sólo de silencios se iluminan?

                              *

Acaso la costumbre de los ríos

se cifre en su disfraz de mar en fuga

de sí mismos.

                          Acaso de la sangre

sólo quepa esperar la voz del desencanto.

 

                                 ***

 

Miradme. ¿Veis mi máscara de sombra,

la sombra de mi luz en mi silencio,

el silencio que os mira desde estos ojos tristes,

como espejos velados que reflejan olvidos?

                                     *

Miradme, contempladme al fondo.

En el pozo del tiempo ahogué mis palomas,

esas brisas ya libres de argumentos inútiles,

el fulgor de mis sueños sin anclajes ni miedos.

                                        *

Ahora, inevitablemente,

de los oscuro brotaron pensamientos y rosas.

Y aun cuando porto antifaces

-que os dan grima los desnudos-,

a nadie se le escapa que se me vuela el alma

                                        *

por los cristales rotos de mis pupilas.

Miradme. ¿No me veis?

Aquel niño que fui es hoy la brasa viva

de quien apuesta todo, para ganar perdiendo.

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