La voz inédita (2000)
En este cuaderno, editado por el Ateneo de Málaga en el 2000, con una edición de 500 ejemplares, hoy agotada, recogí, a modo de antología, algunos poemas de diversos libros inéditos, escritos entre 1996 y 2000. Ahí aparecen poemas de libros como La fruta, la mano, Raíz del limbo, Aguas sin cauces, La llama rota, Del desencanto y otras pesadumbres y Heredero del aire que, posteriormente, fueron publicados. Otros sin embargo, cuyos títulos no desvalaré por mantener su condición de obras inéditas, aún esperan encontrar asiento editorial. De esos libros rescataré para esta página dos poemas, aunque, como decía, sin indicar a qué obras pertenecen.
EL POETA
Se escinde cada noche sobre un ara de hastío.
Germina un resplandor que vela sus pupilas.
Tumora su desvelo con el punzón del asco.
Se muere a cada impulso de la sangre que vierte.
Nadie sabe por qué excava en la penumbra.
*
Quizá de sus hallazgos sólo queden olvidos,
esas larvas con uñas que le comen los ojos.
O acaso ni siquiera un eco que lo salve
del absorto silencio que cosía sus labios.
Quizá el adagio fuera del susurro del viento.
*
Mas lo cierto es que deja manchadas las esquinas,
los cristales, los párpados, la memoria del aire.
¿Quién podría acallar el escozor del humo?
Para aquél que estrangula su luz en los papeles,
la cicuta le baste de haberse hecho palabra.
***
LAS BARRAS
¿Y tú, qué has hecho tú de tu existencia?
¿En qué esquinas sembraste
la flor del desencanto?
¿Por qué repites cada día
el esquema trivial de tu desdicha,
tú que gozas de todo
a lo que aspira el hombre
e insatisfecho miras y de todo reniegas,
y nada te parece
de acuerdo con el mundo que concibes?
¿Qué más quiere tu espíritu
que aquello que lo alienta,
el tacto en que se alumbran tus más hondos deseos,
la voz que le concede el son a tu palabra?
¿No será que es más cómodo
beberte tus empeños en las barras de los bares,
que entregarte sin miedo a la acera o sus roces,
donde todo es efímero y vital, como un río?
*
Hora ya, compañero,
de cortarle sus alas a las noches y al humo,
de romper los espejos,
sus azogues, sus sombras,
y volver a sentarte, como el niño de entonces,
pegado a la madera,
que plumilla o que tinta humanizan y manchan,
para aprender de nuevo los palotes del aire.
Hora, sí, de volver a tus raíces
o morirte en las ramas de una entrega sin hojas.
Ya sabes lo que vale un pensamiento,
la voz que lo amanece al despropósito,
que para eso saliste
y en medio de los hombres te sentaste a escribir.
Es hora del retorno a casa,
donde un sinfín de voces tu experiencia aleccionen
y a la paz te devuelvan del silencio
a que están destinadas las más sabias verdades.
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