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Ignacio Caparrós

Del desencanto y otras pesadumbres (1997)

Este libro, con el que obtuve en el 2000 el Premio Ciudad de Valencia "Vicente Gaos", publicado en edición de 1000 ejemplares, que hoy imagino ya agotada, por la Editorial Algar, Valencia, 2001, responde a la necesidad catártica que en 1997 yo tenía de liberarme de cuantas angustias y desazones pesaban sobre mí, a consecuencia de las injustificadas y sectarias críticas que recibía, casi a diario, por haber "osado", según criterio de algunos envidiosos y mal intencionados, aceptar la Dirección del Centro Cultural "Generación del 27", de la Diputación de Málaga, cargo que ejercí con denodada entrega hasta septiembre de 1999. Así pues, se trata de una obra llena de dureza y amargura, que, una vez publicada, tanto gustó a quienes la leyeron.

 

 

 

                       MENTIRAS

La verdad es mentira, el amor un engaño,

la amistad, mientras dura, algún tanto por ciento

y, si nada, el olvido, la transferencia urgente

a otra espalda corriente que abrazar con más rédito.

                                    *

Y baldío el afán, estéril la familia,

inútil nuestra apuesta de vida contra el cero,

y un erial el jardín y raquítico el árbol

y mala copia el libro y el hijo en que creemos.

                                      *

Ridícula es la prisa, la muerte está en la pausa.

De lápida el silencio que talla endiosamientos

y el grito de la sangre, amordazando bocas

de cuyas aguas brotan los mentidos deseos.

                                         *

Y falso el cachemir, el jean con etiqueta,

la mano temblorosa que dice ser el cielo,

mas juega al odio o mata si no recauda limbos,

y el whisky que fumamos y el Winston que bebemos.

                                          *

Y mentira las nubes que amamantan tormentas,

porque dejan los ríos como vientres patéticos,

y los vientos que piafan como mansos caballos,

porque son estampidas de las aguas sin freno.

                                            *

La pasión es un ave, cuyas anclas de nieve

ejercitan su rumbo de naufragio del fuego.

Y mentira sus islas, sus rojos horizontes,

su volcán, su lapilli, su vergel o su cieno.

                                               *

Y mentira la noche con el sol de la luna,

las estrellas que sueñan en el mar ser espejos

y la yedra que cree ser la selva del muro

y la rosa que esculpe sus fugaces destellos.

                                                  *

Todo mentira, todo. Y mentira esta mano,

este pecho que escribe. Esta mano, este pecho

que jamás estuvieron al servicio de nadie.

(¡Róbame tú el fulgor que en mi sombra conservo!)

                                                   *

Y si todo falacia, de antemano perdido,

y mentira también que seamos eternos,

pues mentira que exista del inicuo el castigo

y del puro su edén, continuaré escribiendo

                                                   *  

que es mentira la mar que por mis venas fluye

y el agua de esta sangre que embriaga mi silencio,

sus fúlgidos veneros, y sus podridas vides,

y mentira la vida que yo siembre en mis versos.

                                        ***

 

Nunca abráis cicatrices en serenos cadáveres,

porque puede que os salgan

al vuelo sus pupilas

y creáis que los muertos os sonríen de asco.

                             ***

 

                         ESOS DÍAS

Hay días como estacas que, inesperadamente,

empalan sus instantes en los ojos serenos,

momentos que parecen cartuchos ya encendidos

que estallan en segundos la paz que se persigue.

Son golpes sin sentido que todo lo destruyen:

el vino que en la copa se vuelve hiel o coágulo,

la playa que de pronto se torna estercolero,

la luz que es excremento de paloma apaleada,

el pan que se endurece apenas si tocado.

Esos días son horas de aciagos infinitos,

relámpagos que rompen el sol en ciegas nubes,

el tiempo derretido en lágrimas y lágrimas,

esos turbios meandros de las íntimas ciénagas,

donde el desdén le arranca su corola al deseo,

porque es mejor la siembra del lodo y la discordia

que la rosa del niño que desangra armonías.

Que no quiero esos días que estrangulan latidos,

esos sucios despechos que ennublecen mis ojos

ni la carne que mancha con sus bilis mis labios

cuando sólo el afán la atavía de poma,

lo saben mis momentos de amor meditabundo,

esa voz que me fuerza a ser siempre un guerrero

que se enfrenta a sí mismo, a sus francas mentiras

en la guerra sin días de un hombre con su sombra.

Que no, que no los quiero, por más que oculten luces

de trascendencia ingrave, de fatal inmanencia,

de compartida sed de los ríos del alma

que en sus veneros siembran sus precarios hallazgos.

Esos días carcomen mi materia y mi pluma,

más aún que el aliento que me mata de vida.

Que no, que no... Prefiero mis acedos instantes,

esos soles umbríos que a las noches les robo.

De esos días tremendos, inevitables, guardo

la ofrenda del dolor en mis necios denuedos,

la hiel del desencanto en mis ebrias pupilas,

la firmeza del sueño que moldea mi espíritu

y un sorbo de las lágrimas que enturbian mis afanes,

para nunca olvidar que esos días funestos

en que el alma se vuelve dinosaurio de piedra,

un mamut de silencio o una tierna alimaña,

una flor que se pisa o se arranca de cuajo,

porque duele que ofrezca su esplendor para nadie,

no son sólo los filos que atraviesan mi espalda,

la piedra que se lanza contra el gato dormido,

la púa en que se esconde la humillación del fuego,

sino el tiro que todos recibimos a veces,

en esos turbios días que nos matan de pronto.

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